El nuevo post de hoy es darle vida a esos bellos y vaporosos vestidos, prendas delicadas que solas son bonitas, sí.... minimalistas, a veces sin ningún tipo de complemento. Son varias las aplicaciones y complementos de un tutú o la confección de vestuario para una obra teatral, una fantasía que se viste de elegancia y de buen gusto.
Vaporosos, suave delicadeza que se envuelve en tul. El tutú va mucho más allá de una pieza de vestuario, portarlo es un símbolo de reconocimiento y una recompensa por el esfuerzo diario de la bailarina. Todas, a corta edad, sueñan con portar un tutú, pero el hacerlo significa que la bailarina cuenta con la técnica necesaria para lucir el trabajo de pies y piernas veloces, delicadas y largas.
Todos los bailarines saben que la mala confección de un vestuario puede dañar su confianza al moverse por el escenario. Por esto, la correcta confección de un tutú profesional es de suma importancia para las bailarinas, pues deben proporcionar no sólo un placer visual para la audiencia… deben proyectar la personalidad del personaje y, al mismo tiempo, ofrecen seguridad a quienes lo portan.
La definición clásica del tutú es “una falda de tejido vaporoso y transparente usada por las bailarinas de ballet”, el término se relaciona con los trajes que ocupaban las bailarinas desde el siglo XIX, cuando los temas expuestos en el ballet comenzaron a incorporar elementos etéreos, fantásticos y románticos; como sílfides, hadas, ondinas y espíritus.
El vestido se aligera acomodándose a la moda femenina de la revolución Francesa, lo que trajo consigo el inicio de los fondos vaporosos y transparentes, simplificando los adornos y las siluetas. Durante este periodo los zapatos planos comienzan a usarse, lo que cambió radicalmente el calzado para la danza y con éste, la introducción de las medias de color al mundo de la moda y la danza.
El romanticismo es la época dorada para el ballet y es cuando el término de tutú hace su aparición en escena. Con el estreno de La Sílfide, en 1832, se estableció la estética popular de la bailarina y su vestimenta. El tutú romántico sería una falda acampanada, vaporosa, generalmente hecha de tul, muselina o sedas semi transparentes cuya longitud sería hasta media pantorrilla.
Pronto las casas de moda comenzaron a idealizar el “vestido sílfide” como lo hacían con las bailarinas, quienes con su tez pálida y movimientos ligeros marcaban el ideal femenino; este estilo marcó una influencia en los bailes de sociedad. Fue entre 1841 y 1845, con el estreno de los ballets de Giselle y Pas de Quatre, que el tutú romántico y el corpiño ceñido se convirtieron oficialmente en el uniforme de las bailarinas. Estos trajes se usaron tanto en escena como fuera de ella: en clases y ensayos.
En la primera foto de ve a las grandes bailarinas de la época; Lucille Grahn, Marie Taglioni, Fanny Cerrito y Carlota Grisi.
En la segunda foto vemos a Maria Taglioni, en Le sylphide; ballet hecho para ella.
En la foto tres vemos a una Sylphide
La evolución de este traje disminuyó durante el siglo XIX; en Italia, la falda se acortó hasta llegar justo por debajo de la rodilla; sin embargo, fue en Rusia donde surgiría el interés por los trajes teatrales para la danza y la renovación del tutú en los Ballets de la Corte Imperial Rusa, ahí la falda subió aún más para poder apreciar los movimientos de toda la pierna de la bailarina y se incluyeron varillas para crear un efecto de rigidez que dejara fuera distracciones a la vista de los espectadores, así fue como se desarrolló el tutú de plato, las varillas permitieron que los diseños del tutú fueran más complejos al poder utilizar telas más pesadas, con patrones y piedras incrustadas.
El bordado siempre tuvo una gran importancia para los rusos, destaca los diseños con texturas, bordados finos, amplios y ásperos en el mismo patrón, así como detalles muy al estilo rococó. Ya en el siglo XX una modista destacó en esta rama, incluso llegó a tener su propia línea de sombreros y vestidos antiguos que confeccionó de manera similar a la que hacía sus tutús: Karinska.
Su fama creció de teatro en teatro, hasta que un día recibió una comisión de parte de los Ballets Russes de Monte Carlo para confeccionar los trajes del ballet Cotillón, el coreógrafo era George Balanchine. Sus diseños le permitieron abrir tiendas similares en Londres y posteriormente, en 1940 en Nueva York, donde Balanchine formó el American Ballet School y pidió a Karinska que vistiera a sus ballets.
Balanchine, en conjunto con la modista Karinska, desarrolló el concepto moderno de tutú, al cual definieron como “un soplo de polvo”. El tutú favorito de Mr. B fue el tutú de crepe largo, fabricado con múltiples capas de tul sin atar; el traje daba movilidad y la ligereza de sus telas tenía un efecto flotante retardado. Cuando los bailarines corrían o saltaban, se elevaba a la altura de la cintura y caía lentamente, lo que permitía ver las piernas de las bailarinas.
Karinska decidió mantener dicho efecto pero en faldas más cortas, así unió seis o siete capas de tul superpuestas; cada una media pulgada más larga que la precedente y finalmente unidas con tachuelas, que hacía que se mantuviera unido y con un efecto vaporoso pero con forma. Fue este tutú el que se convirtió en un símbolo del ballet en la cultura popular y la prenda que adoptó la industria de la moda para usarse de forma cotidiana.
Karinska realizó el vestuario para los setenta y cinco Ballets de Balanchine, con los cuales se convirtió en el padre del ballet moderno y formó la Escuela de Ballet Americana. Por cierto, una de las compañías más grandes es New York City Ballet.
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